Nueve de cada diez araucarias del país se están secando, sin que se sepa la razón. Los expertos están preocupados y buscan soluciones, mientras que los pehuenches, pueblo cordillerano cuya vida gira en torno a la especie, viven su hora más terrible
Es tan central el rol que cumple la araucaria para el pueblo pehuenche, que esta etnia que habita la cordillera del Biobío toma su nombre de la conífera.
En chedungú n, el dialecto que hablan, se llama pehuén al árbol que provee de piñón, el único alimento seguro en el largo invierno, siempre nevado, que viven en los faldeos de los volcanes Copahue, Callaqui y Tolhuaca.
Y así de central es también el miedo de los pehuenches al saber que el 93% de las araucarias del país están muriendo.
La crítica situación de la especie no tiene una explicación clara. Algunos expertos citan múltiples factores, entre los que se cuentan la sequía, el cambio climático o la llegada de algún agente patógeno.
“Lo preocupante es que hay una gran proporción de araucarias juveniles, de menos de 20 años, y de regeneración natural afectadas. Si tenemos mortalidad de ejemplares jóvenes, perderemos capacidad de mantener material genético para el futuro, por lo tanto es importante asegurarse de que vamos a tener individuos jóvenes que van a sobrevivir a este problema”, sostiene Rodrigo Ahumada, jefe de la división de protección fitosanitaria de Bioforest de la empresa Arauco y uno de los investigadores que buscan aclarar el tema.
Para los pehuenches, sin embargo, esto es aún más grave.
Es el fin de una era para esta cultura, centrada en el uso y significado de su árbol sagrado. Tanto así, que sus sabios, a los que llaman Quimches, han repetido hasta el cansancio:
-Sin pehuén no hay pehuenche.
Fueron los mismos pehuenches los que advirtieron a la Conaf del deterioro de la araucaria.
-Hay hojas secas, se están cayendo.
-Las más jóvenes no crecen más, y se mueren.
-Este año no hubo piñones.
Las voces de alarma llevaron a las comunidades a tomar decisiones. A salir de su tradicional aislamiento, a romper la desconfianza.
A comienzos de año, la municipalidad de Alto Biobío -la comuna donde vive la mayoría- pidió a expertos de seis universidades y de la Conaf que llegaran a la zona.
Querían saber qué pasa.
Pero también querían contar qué pasa. Y en una muestra poco vista de apertura, incluso llevaron a una delegación de expertos a un sector de importancia tradicional, al que pocos tienen acceso, en la comunidad de Ralco Lepoy, para que vieran de primera mano a sus pehuenes.
Los que han llegado más lejos, y han viajado, también alertan sobre la situación. Miguel Pellao, conocido como el tenor pehuenche, estuvo esta semana dando conciertos en Beirut, Líbano, pero contesta el teléfono a las cuatro de madrugada (hora local) para hablar de su árbol.
-Hay que saber qué es lo que pasa. Esa es la encrucijada hoy de nuestro pueblo.
En el intertanto, esta cultura, como cualquiera bajo amenaza, se defiende. Han vuelto a aparecer machis, título que no se veía por los cajones del Queuco y del Biobío desde al menos 1929. Según la leyenda, las machis pehuenches sólo aparecen en tiempos de crisis.
El Mercurio
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